miércoles, 16 de septiembre de 2009

La Zona del Recuerdo.

DISCOTEMBA.


La nostalgia vende caro en el bar cuya barra recubre una añeja celosía. Como si se pudiera vender aquello que no se volverá a alcanzar. Sin embargo, es una venta legal, casi imperceptible, para no dejar traslucir su significado. Es un buen negocio traficar con los recuerdos, con esas añoranzas que se contraponen a la rutina. Porque el espacio de la nostalgia gustaría de oponerse a la rutina, aunque mas bien la acentúa. Acudir a la nostalgia pudiera convertirse en la más perfecta de todas las rutinas, un intento vano de escapar.

En el bar de la nostalgia hay personas elegantes y mujeres y hombres maduros vestidos como jóvenes. Veo una familia de gordos, gordo padre, gorda madre, gorda joven hija y menos gordo, pero gordo aún, yerno. No sé si se sientan o se ponen en sus sillas. Esta claro que no se posan, aunque planten sus posaderas en las incómodas sillas de hierro, demasiado estrechas. Al menos poseen algo estrecho, los lugares que llenan les quedan siempre estrechos.

Un señor de barba y bigotes, maduro pero buen tipo, saca su cámara de un estuche negro. Su mujer es más joven, pero envejecida. Ella lo ayuda, él parece ocupado, mira por encima de los espejuelos y coloca baterías a la cámara. La mujer se aburre, mira alrededor, bebe su refresco despacito y bosteza. Ninguno de los dos adivina que los describo, que forman parte de mi texto ahora. Yo también me aburro, pero no bostezo.

Comienza la música y se activan los resortes, el ejército de muertos vivientes menea el esqueleto, se les oye corear: “Smoke on the water, fire in the sky

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