lunes, 31 de agosto de 2009

La Zona del Recuerdo.


Berlín en la distancia


Me gusta decirlo muchas veces y cada vez que puedo: yo nací en un país que ya no existe. Cuando lo digo la gente pregunta por qué y entonces es cuando lo explico: nací en Berlín oriental, en 1976, cuando existía la República Democrática Alemana (RDA), así que en realidad aunque la tierra donde nací, el hospital donde mi madre me parió y la calle donde éste estaba permanecen, el país legalmente no existe desde 1989.

Hace dos días leía en la web de la BBC un reportaje sobre la caída del muro de Berlín , era uno de esos reportajes donde te estimulan a participar mediante comentarios y este era sobre el momento del derribo del muro e invitaba a participar a través de preguntas sobre dónde se encontraba el lector en 1989 cuando sucedieron los hechos, qué repercusión tuvo para el lector y su familia, y otras por el estilo a propósito de que el próximo 9 de noviembre harán veinte años de la caída del muro.

La lectura de este reportaje se unió además al placer de haber disfrutado de las preciosas vistas de la capital alemana donde recién se celebró el mundial de atletismo. Siempre me han gustado estas competencias, pero en esta ocasión venían con el agregado de desarrollarse en esta ciudad por la que siento especial interés. Así es que no me perdí las competiciones, sobre todo aquellas que eran fuera del stadium, como las marchas y maratones porque me daban la oportunidad de ver la ciudad, de recorrer con la vista esas calles que una vez mis pies recorrieron, apenas con conciencia de ello.

En noviembre de 1989 tenía yo doce años, y claro que recuerdo a pesar de mi edad la repercusión que tuvo en mi vida la caída de ese muro. El que esto sucediera me negaba por completo la posibilidad de viajar a re-conocer el país donde había nacido. Mi madre y yo teníamos el plan de viajar a la RDA para celebrar mis quince años, ya que a finales de los ochenta, no sé exactamente por cuáles mecanismos, los cubanos podían viajar a los países socialistas en una especie de vacaciones. La caída del muro significaba la reunificación de Alemania, significaba por tanto la imposibilidad de viajar libremente para los cubanos.

Sin embargo no lo recuerdo con tristeza, sino con alegría, a pesar de mi corta edad podía entender que podría tener otras oportunidades de visitar Alemania y cómo un país dividido a la fuerza que volviera a ser uno era algo para celebrar.

Aún hasta el día de hoy, veinte años después, no he podido viajar a mi país de nacimiento. Hace un par de años mi hermano mayor, a quién no veo desde hace dieciséis años porque vive fuera de Cuba, me envió el filme Good bye, Lenin!, entre otras cosas para que viera el barrio donde vivimos hasta nuestro regreso en 1979, en especial un pequeño parque donde los protagonistas solían deambular y que según me hermano me gustaba mucho para corretear y perseguir palomas.

Así es mi relación con Berlín, la ciudad donde nací el 25 de diciembre de 1976, un amor en la distancia, que al parecer sólo podrá concretarse cuando sean dichos muchos otros adioses necesarios.


sábado, 29 de agosto de 2009

La Zona Fotográfica


Esta es una foto del túnel de Línea, en los días de su inauguración, a mediados del año 1953.
Hoy, después de cincuenta y seis años no conserva ni la cuarta parte de la iluminación inicial.
Curiosidades que despiertan la imaginación.

jueves, 27 de agosto de 2009

La Zona del Recuerdo.

Réquiem por Matanzas


Cuando era niña solía pasar gran parte de los dos meses de vacaciones escolares en las casas de mi familia en Matanzas. Digo en las casas porque tengo en esa ciudad una familia numerosa, mis abuelos paternos tuvieron diez hijos, que a su vez han tenido una abultada descendencia, y por la rama materna tengo varios parientes también por allá.

Así es que pasaba mis días entre Pueblo Nuevo, Matanzas, Caobas, Limonar, Coliseo y la bella Varadero.

Recuerdo a la llamada “Atenas de Cuba” tal vez con más cariño y nostalgia que a mi ciudad verdadera, La Habana. Supongo que es porque era la ciudad de la libertad de horarios, de la playa cercana, de mis abuelos, mis tíos y primos disputándose por complacerme y de la exploración pre-adolescente en ese despertar de las hormonas cuando empezamos a tratar de conseguir atención de aquellos que nos interesan en un plano romántico.

Me veo con la programación completa de la tv, en la larga cola del Coppelia con la esperanza de que además del chocolate que adoraba hubiera también piña glasé que era el preferido de mi abuela Susana.

Recuerdo una dulcería de la calle Tirry, famosa gracias a Carilda, donde compraba pasteles de guayaba, pues ya desde entonces gustaba de los dulces más sencillos y menos azucarados.

Los carnavales acuáticos, con los botes adornados paseando por el río y compitiendo por los mejores adornos, por las bailarinas más sandungueras, en fin, por todo el espectáculo.

Hace una semana regresé a Matanzas, he ido muchas veces desde mi niñez hasta ahora, pero no sé por qué razón fue en esta ocasión que sentí tanta nostalgia.

Las dos librerías de la calle Medio que tanto me agradaban están casi destruidas y vacías, en el lugar donde varias veces escuché cantar a Raúl Torres aquellas bellas canciones que me gustan tanto, “La casa del té” hay ahora un feo Rápido, o sea, una cafetería de comida rápida con asientos plásticos horribles y poca higiene.

Coincidió mi viaje con los carnavales de este año, ya no existen los acuáticos, pero continúan los tradicionales, me habría gustado verlos, pero no quise ir cuando supe que solamente había tres carrozas y que eran las mismas del año anterior y del anterior. Eso sí, mucho kiosco con cerveza de todo tipo y comida, porque eso es lo que mantiene al pueblo contento.

Al regresar a La Habana, desde el ómnibus volví a mirar los puentes que adoraba en mi niñez, el parque de Versalles que decía mi tío Tuto que era de él, la bella bahía pero tuve que virar el rostro porque no quise ver el Teatro Sauto apuntalado, esperando no sé que especie de milagro para volver a destacarse en una ciudad que en definitiva no se parece en nada a aquella de mi niñez que tanto añoro.



miércoles, 26 de agosto de 2009

La Zona Literaria ( Un texto publicado en la revista española Cuadernos Hispanoamericanos en abril)

Carta invernal desde La Habana.
“La ciudad es una para el que pasa sin entrar, y otra para el que está preso en ella y no sale;
una es la ciudad a la que se llega la primera vez, otra la que se deja para no volver…”
Italo Calvino. Las Ciudades Invisibles.

Con algo más de veinte años y deseos de comernos el mundo. Llegábamos a los jardines de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba) donde funcionaba y aún funciona una suerte de bar improvisado, “El Hurón Azul”, y ocupábamos una mesa casi con descaro. Podíamos ser uno o dos a veces y en los días más concurridos hasta nueve o diez. Nos dábamos cita en lo que llamábamos “La Oficina”, para hablar de cualquier cosa, pero ciertamente sobre todo de Literatura.
En primer lugar hacíamos una ponina, o lo que es lo mismo, juntábamos nuestro poco dinero para comprar una botella de ron, “material bélico” y consumirla “como cosacos embravecidos”, decía J.C., mientras discutíamos a veces a viva voz nuestras opiniones del mundo literario.
Desde Borges y Macedonio, Cortázar, sin olvidar jamás a Lezama, nuestro adorado Virgilio Piñera, Miguel Collazo, Lino Novás Calvo, Ángel Escobar. Éramos los nadie, los desconocidos, estudiantes casi todos, los otros recién graduados de carreras de letras, queríamos hacer literatura, formar parte de la escogida y selecta cofradía de escritores de este país y de esta capital.
Siempre con una opinión acerca de los últimos textos publicados en La Gaceta de Cuba, Revolución y Cultura, Unión y otras revistas dedicadas al arte y la literatura.
Comentábamos las exposiciones del momento, los chismes del mundillo artístico, los premios otorgados, las letras de las canciones de moda, las películas que más nos gustaban, la programación de la Cinemateca. A veces incluso nos exaltábamos por asuntos menos etéreos, como cuando en el año 1998 Francia ganó la Copa del Mundo en un juego que para muchos de nosotros fue una total decepción.
Así estaban las cosas cuando llegó a mis manos la convocatoria para participar en un taller de narrativa de alcance nacional. Presenté mis tres textos, casi lo único que había escrito hasta el momento y fui seleccionada para integrar el grupo del curso fundador del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Entonces me enredaría en las técnicas narrativas de todo tipo para descubrir, con cierto disgusto y tras dejar muchas páginas en blanco, que aquellas conversaciones etílicas eran para mí más enriquecedoras, en tanto me permitían sacar de mí esa literatura, si se quiere oral, cotidiana, transgresora, pero sincera que yo buscaba.
Claro que muchas veces nos caíamos a mentiras, o tomábamos las palabras de otro y las hacíamos nuestras, pero en definitiva, no había mucha diferencia entre esto y la intertextualidad que tanto defendíamos porque estaba de moda en aquel tiempo.
De manera espontánea y sin que mediara ningún acontecimiento definitorio nos dejamos de ver. Muchos no viven ya en esta ciudad a la que tanto queríamos, otros nos dedicamos a vivir una vida más “responsable” y a querer hacer de la literatura un oficio a tiempo completo, otros terminaron en Alcohólicos Anónimos, a algunos ni siquiera sé qué les pasó.
Para mí son estas las primeras nociones de lo que llamo mi vida literaria habanera, esta confrontación, este delirio de grandeza, esta manera irrespetuosa de estar por debajo y también por encima de las categorías. Mucho de esto lo perdí en el camino y en verdad no solo por culpa nuestra, sino porque la literatura en La Habana se hace desde una soledad excluyente, como una carrera donde lo más importante es dejar atrás lo demás y apuntar a la meta.
Disfruto por tanto de ciertos momentos de gracia que la ciudad literaria me proporciona, como la Torre de Letras de la poeta Reina María Rodríguez, donde he podido deleitarme con casi todo tipo de propuesta, desde la traducción de poesía, la presentación de revistas, lecturas de textos por autores cubanos de los que repletan salas como Juan Carlos Flores, o por autores extranjeros con una humildad inusitada como Jorge Santiago Perednik, poeta argentino, Ilia Trojanov, novelista búlgaro, y otros. Es también allí donde con un esfuerzo meritorio ven la luz estas ediciones bellísimas con una tirada de 150 ejemplares, cosidas a mano según una técnica japonesa (kagnxi) que ha publicado a autores nacionales y extranjeros de verdadero goce para el lector.
Mención aparte merece Alamar, municipio del este de la ciudad en el cual en diciembre se desarrolló el Festival de poesía y adonde acudieron poetas de la capital y de toda la Isla a ser escuchados, según me cuentan por el mejor de los públicos. Porque solo en Alamar, me atrevería afirmar, es donde se da algo que muchos autores ambicionamos, el verdadero público, el público diverso, ese donde podemos encontrar lo mismo a un ingeniero que a un vendedor de pan, los dos atentos, expectantes dentro de una masa casi multitudinaria.
Febrero en La Habana es siempre referencia para la Feria Internacional del Libro, espacio sin dudas de cita para escritores y lectores. No obstante, me apena confesar mi impresión de que a pesar de que cada año se incrementa el número de publicaciones y se organiza mejor el programa literario se ha perdido ese hálito natural de las primeras ediciones donde tal vez encontrábamos menos libros para niños, menos glamour y menos chucherías. Es de todas maneras gratificante encontrarse allí, en medio de una vista fascinante de esta ciudad que se nos antoja hermosa y distante, y compartir con un amigo los títulos perseguidos y encontrados para engordar nuestra biblioteca.
A veces tenemos la alegría de la espontaneidad como cuando recibimos por correo electrónico revistas alternativas de literatura y arte en general como 33 y 1/3, el Revolution Evening Post o el exquisito Archivo Artístico Literario Desliz, que al menos a mí me ayudan a renovarme y a tener una confianza de lo que es quizás una gran falacia, la de que se puede hacer literatura en La Habana.
En verdad más que una falacia afirmar que se puede hacer literatura en La Habana es un error, un ERROR, y a pesar de esto, a muchos nos agrada perdernos en el ERROR, reinventar el ERROR, buscar el ERROR.
Si usted viaja a esta capital podrá encontrar sin dudas una interesante agenda cultural, en librerías, instituciones como el Centro Dulce María Loynaz, el Centro Hispanoamericano de la Cultura, el Instituto Cubano del Libro, la Casa de las Américas, el Instituto de Literatura y Lingüística, la Asociación Hermanos Saíz, la propia UNEAC.
A mí, sin embargo, me gusta buscar esa vida literaria en el banco de un parque, en el auditorio de un cine de barrio, en la riña callejera, en el soleado malecón, en una esquina cualquiera, en la cola para el agromercado, en la estación de ferrocarriles. Me gusta buscarla con la misma curiosidad de Kublai Kan cuando imaginaba ansioso y complacido cada una de esas ciudades misteriosas y únicas descritas por Marco Polo en Las Ciudades Invisibles de I. Calvino. Allí tal vez donde volviéramos a entonar más alto que nunca esas palabras que tanto disfrutábamos en la voz tremenda de Tom Waits: “the piano has been drinking, not me.”
Adriana Normand. Febrero de 2009.

viernes, 7 de agosto de 2009

La Zona del horror (A propósito de Auschwitz)


PHOTOMATUM

Fotos pequeñas en tres posiciones. Perfil, frente, medio perfil. Como anuario de bachillerato. Pasamos las páginas y leemos: judío, ruso, polaco, bielorruso, francés. Aquí y allá. Nombres que nada dicen, número de identidad, fecha de ingreso. Escuálidos, de mirada vacía, algunas mujeres con un paño que les cubre el pelo, hombres con gorra o sin ella, todos uniformados. En la foto de perfil la cabeza se apoya en un artefacto que asemeja un gancho para colgar sombreros, acaso un punzón, como si la cabeza estuviera ya clavada, agujereada, muerta. Luego cadáveres, cuerpos completos o mutilados, una pierna cubierta de nieve, un torso desnudo de mujer que deja ver el seno, inerte, nuevamente la nieve en su cabello, ojos carentes de expresión. Otras páginas, otros cadáveres. Al final una fecha, un lugar. Auschwitz, 1945. Decimos qué horror; pero, en verdad, qué suerte: no fuimos nosotros.




jueves, 6 de agosto de 2009

La Zona Literaria (Homenaje al poeta polaco Zbigniew Herbert)

NOTAS DE VIAJE: ACERCAMIENTO AL TERRITORIO HERBERT

Tal vez tendría que agradecer a aquel primer novio de la primavera del año 1995 porque al desprenderme de su compañía y luego de la rotura de mi televisor accedí a los reclamos de mi madre sobre el buen aprovechamiento del tiempo y me dediqué a frecuentar la Cinemateca como si se tratara de un club de moda. También agradecería la no existencia de este tipo de club, o mejor dicho que mi pobre bolsillo no me permitiera asistir a la ansiada discoteca luego desaparecida no sin dejar atrás una estela de misterios, voluptuosidades y sustancias alucinógenas. No tardé en reconocer lo que en comienzo fuera una mezcla de hastío e indiferencia que se tornó después en una especie de adicción febril que me costó no pocos resfriados.

Acudir al cine Charles Chaplin en ese momento era frecuentar una sala casi vacía, pero donde se podía encontrar mucho de la cinematografía que no acostumbrábamos a disfrutar en la tv plagada como hasta ahora del hálito hollywoodense. Fue en aquel lugar donde mi generación conoció a Tarkovsky, Antonioni, Bergman, el mejor Kubrick, algún Mijalkov y otras muchas maravillas entre las cuales encontramos también a Andrezj Wajda y a Krzysztof Kiéslowski.

Recuerdo en especial haber visto Cenizas tres veces en la misma temporada y perseguir cada una de las películas que luego conformarían mi propia lista de Wajda: Generación, Lodna, Kanal, Cenizas y Diamantes, Todo para vender, Samson, Paisaje después de la batalla, Los abedules y otras. Más tarde me acerqué con avidez a los tres colores que proclamaban liberté, égalité et fraternité y al Decálogo con la certeza absoluta de ser testigo de un rigor singular.

Yo, quien sólo conocía a Polonia por los grises libros de historias que señalaban en todo caso la ubicación geográfica y el número de muertos durante el holocausto alemán, y por los dibujos animados de mi niñez, descubrí entonces un país intenso, lugar que se aferraba a sus nativos y se resistía a desaparecer muy al contrario de lo mostrado por los mapas políticos de varias épocas.

Recuerdo en especial una escena de Cenizas, el diálogo entre el noble masón y el joven soñador en la biblioteca del primero y me gusta imaginar cómo al hablar acerca de la condición de ser polaco el noble algo afrancesado acariciaba el lomo de un libro de duras tapas o acaso una amarillenta partitura para luego responder como lo haría un personaje de Borges: ser polaco es una acto de fe.

Acercarme a la poesía de Zbigniew Herbert se torna entonces en mi caso un encuentro con un pasado cercano, evocación de ciertos aromas ya apercibidos en aquellos encuentros con el cine polaco visitado en mi primera juventud, esta vez, debo decirlo, sin la ingenuidad de aquellos años y con las marcas ocasionadas por ciertos dolores.

Pedazos de historia, de la historia que involucraba no sólo a Polonia como nación, sino también a gran parte de Europa, la de Rusia, por ejemplo, presentada en la obra de Herbert ya sea en su papel de invasora, como de inmigrante, como de víctima.

Me gusta pensar en la poesía de Herbert y no ver sólo en ella a ese autor romántico mencionado por algunos estudiosos, entregado a los clásicos y desde una autoridad moral que reclamaba la fidelidad total a los ideales, me gusta repasar su poesía desde la libertad, esa del poeta para decir lo pensado a través de sus palabras e involucrar para ello toda una serie de referencias que se remontan a otras épocas, otros personajes, otros lugares.

Aunque me circunscribo a las traducciones del polaco al español con todas las limitaciones que esta operación implica, me cautiva la fuerza de esta poesía reveladora de la vida real de un país asediado por otros y por sí mismo, de gente en la búsqueda de una verdadera nacionalidad, de su propio concepto de patria.

Un País

En la misma esquina de este viejo mapa hay un país que añoro.

Es la patria de las manzanas, las colinas, los ríos perezosos, del vino agrio y el amor.

Por desgracia una gran araña tejió sobre él su tela

y con su viscosa saliva cerró las puertas del sueño.

Y es siempre así: el ángel con la espada de fuego, la araña y la conciencia.


En el prólogo a la edición cubana de los Cuentos Polacos, publicada en 1978 por la Editorial Arte y Literatura en colaboración con la Editorial Literatura de Cracovia el autor Michael Sprusinski nos dice "Después de 1918, cuando Polonia volvió a figurar en el mapa político de Europa, la novela, principalmente, se ocupó de arreglar cuentas con el pasado, al comparar respectivamente los viejos sueños de libertad con la forma en que se llevaba a cabo su realización".

El acercamiento de Herbert a la historia, aunque en ocasiones disfrazado de otros tiempos, nos permite percibir los acontecimientos que suceden en el momento que se vive, no como arreglo de cuentas, sino como reclamo inmediato en muchas ocasiones.

Su Señor Cógito se nos convierte entonces en una especie de antihéroe anónimo, algo así como un espectador a veces pasivo y en apariencia indiferente hacia las situaciones que se le presentan, en un juego irónico sobre las reacciones humanas, los pensamientos y el sentido de algún tipo de existencia.

Pudiera haber sido Cógito entonces el obrero de El Hombre de Mármol quien ve desmoronarse ante sí no sólo su propia figura de héroe construido en falso, sino de todo el aparataje que lo ha llevado a posar para una monumental escultura debidamente escondida una vez que el héroe cae en desgracia.

Acaso hubiera sido uno de los destinados al gas en Auschwitz, despojados de sus pertenencias que luego otros prisioneros escamoteaban a los alemanes so pena de sufrir severos castigos. Otros prisioneros algo soberbios, con miradas de superioridad y desprecio por los condenados a muerte como si estuvieran a salvo ellos mismos, esos del texto İ Señoras y señores, pasen al gas! de Tadeusz Borowski .

Pero también Don Cógito nos muestra la atmósfera de los círculos entre los cuales se desenvolvía el poeta. Bastaría leer Qué piensa Don Cógito del infierno para ver el retrato de una sociedad donde los artistas son ellos mismos sirvientes y promotores del poder, retrato bien familiar.

Qué piensa Don Cógito del infierno

El más bajo círculo del infierno. Contra la opinión generalizada no lo habitan ni déspotas,
ni matricidas, ni quienes rondan tras el cuerpo ajeno. Es el asilo de los artistas, lleno de espejos, instrumentos y retratos. A primera vista, la más confortable sección del infierno,
sin alquitrán, fuego o torturas físicas.
Todo el año se celebran aquí concursos, festivales y conciertos. No hay temporada alta. El lleno es permanente y prácticamente absoluto. Cada trimestre surgen nuevos rumbos y,
según parece, nada está en disposición de detener el triunfal avance de la vanguardia.
Belcebú ama el arte. Jáctase de que sus coros, sus poetas y pintores ya casi sobrepujan
a los celestes. Quien tiene el mejor arte, tiene el mejor gobierno -por supuesto. Pronto podrán
medirse en el Festival de los Dos Mundos. Y entonces veremos qué queda de Dante,
Fra Angélico o Bach.
Belcebú apoya el arte. Asegura a sus artistas paz, buena pitanza y estricto aislamiento de la vida infernal.

Ahora bien, si algo me absorbe en la poesía de Zbigniew Herbert es su tono de ironía, ese toque tremendo utilizado en sus poemas y que en otras voces hubiera sonado exagerado e incluso patético. El delgado hilo con que se hilvana esta poesía a veces con un dejo de ingenuidad es capaz de proclamar una verdad abrumadora.

Hace sólo unos meses fuimos testigos de otra retrospectiva de Andrezj Wajda en la Cinemateca de Cuba. Trece años después de mi primer acercamiento a este director polaco debo confesar que no ha dejado de conmoverme. Aunque no asistí todos los días, ya no tengo esos ociosos dieciocho años, me emocioné especialmente con El Hombre de Mármol, Pan Tadeuz, versión de la obra homónima de Adam Mickiewicz y la escalofriante Katyn.

Katyn nos revela los hechos ocurridos en el año 1940 cuando 12 000 oficiales polacos fueron asesinados por el Ejército Ruso, crimen nunca reconocido por el gobierno de Stalin y que ellos atribuyeran a los nazis luego del fin de la guerra. En el filme no sólo se aborda el dolor de los familiares por la pérdida de sus seres queridos, sino también por la mentira proclamada a voces. Son personajes puestos a escoger, como bien diría uno de ellos entre estar del lado de los asesinados o del lado de los asesinos.

Hace once años de la muerte del escritor y el Parlamento de la República de Polonia declaró el 2008 año conmemorativo de Zbigniew Herbert. El 28 de julio de 1998 falleció en Varsovia el escritor. En una noticia de la época puede leerse además: El 30 de julio, el presidente polaco Aleksander Kwasniewski concedió al difunto poeta la Orden del Águila Blanca por su trabajo literario y sus servicios a la cultura polaca. La viuda de Herbert se negó a aceptar la condecoración, argumentando que el poeta nunca aceptó ninguna distinción.

Dos poemas de Zbigniew Herbert.

Tornada

Vé donde fueron aquellos hasta el linde oscuro
tras el vellocino de oro de la nada tu último premio

vé erguido entre los que están de rodillas
entre los que vuelven la espalda y los derribados en el polvo

te salvaste no para vivir
tienes poco tiempo has de dar testimonio
sé valiente cuando la razón flaquee sé valiente
en el cómputo final esto es lo único que cuenta

y que tu ira impotente sea como el mar
cada vez que escuches la voz de los humillados y golpeados

que no te abandone tu hermano el Desprecio
para los delatores verdugos cobardes -ellos vencerán
irán a tu entierro y con alivio arrojarán un terrón
y la carcoma escribirá tu biografía retocada

y no perdones en verdad no está en tu poder
perdonar en nombre de los traicionados al alba

guárdate sin embargo del orgullo innecesario

contempla en el espejo tu rostro de bufón
repite: fui reclutado -acaso no había mejores?

guárdate del corazón árido ama la fuente matinal
el ave de nombre desconocido el roble invernal
la luz en el muro el esplendor del cielo
ellos no precisan de tu cálido aliento
existen para decirte: nadie te consolará

vigila -cuando la luz en las montañas dé la señal-levántate y vé
mientras la sangre haga girar la estrella oscura en tu pecho

repite las viejas maldiciones de la humanidad los cuentos y leyendas
pues así conquistarás el bien que no conquistarás
repite las grandes palabras repítelas con terquedad
como quienes marcharon por el desierto y murieron en la arena

y por ello te premiarán con lo que tienen bajo el brazo
con un azote de sonrisas con un homicidio en el basurero

vé pues sólo así serás aceptado en el círculo de las frías calaveras
en el círculo de tus antecesores: de Gilgamés Héctor Roland
de los defensores del reino sin linde y la ciudad de las cenizas
Sé fiel Vé.

INFORME DESDE LA CIUDAD SITIADA

Demasiado viejo para llevar las armas y luchar como los otros-

fui designado como un favor para el mediocre papel de cronista

registro -sin saber para quién- los acontecimientos del asedio

debo ser exacto mas no sé cuándo comenzó la invasión

hace doscientos años en diciembre septiembre¹ quizá ayer al amanecer

todos padecen aquí del deterioro de la noción del tiempo

nos quedó sólo el lugar el apego al lugar

aún poseemos las ruinas de los templos los espectros de jardines y casas

si perdemos nuestras ruinas nada nos quedará

escribo tal como sé en el ritmo de semanas inconclusas

lunes: almacenes vacíos la rata ha devenido moneda corriente

martes: alcalde asesinado por agentes desconocidos

miércoles: conversaciones sobre el armisticio el enemigo confinó a los legados ignoramos dónde se encuentran esto es el lugar de su suplicio

jueves: tras una turbulenta asamblea se rechaza por mayoría de votos

la propuesta de los comerciantes de especias de rendición incondicional

viernes: comienza la peste sábado: se ha suicidado

un desconocido inflexible defensor domingo: no hay agua rechazamos

un ataque en la puerta este llamada Puerta de la Alianza

lo sé todo esto es monótono a nadie puede conmover

evito comentarios las emociones mantengo a raya escribo sobre hechos

aparentemente sólo ellos son valorados en los mercados foráneos

pero con cierto orgullo deseo informar al mundo

que gracias a la guerra hemos criado una nueva variedad de niños

a nuestros niños no les gustan los cuentos juegan a matar

despiertos y dormidos sueñan con la sopa el pan los huesos

exactamente como los perros y los gatos

al atardecer me gusta deambular por los confines de la Ciudad

a lo largo de las fronteras de nuestra libertad incierta

miro desde lo alto el hormigueo de los ejércitos sus luces

escucho el tronar de los tambores los alaridos bárbaros

en verdad es inconcebible que la Ciudad todavía se defienda

el asedio continúa los enemigos deben ser reemplazados

nada les une excepto el anhelo de nuestra destrucción

godos tártaros suecos huestes del César regimientos de la Transfiguración del Señor2

quién los enumerará

los colores de los estandartes cambian como el bosque en el horizonte

desde el delicado amarillo de aves en primavera a través del verde del rojo hasta el negro invernal

así al atardecer liberado de los hechos puedo pensar

en asuntos antiguos lejanos por ejemplo en nuestros

aliados de ultramar lo sé su compasión es sincera

envían harinas sacos de ánimo grasa y buenos consejos

ignoran incluso que nos traicionaron sus padres

nuestros ex-aliados desde los tiempos de la segunda Apocalipsis

sus hijos no tienen culpa merecen gratitud así que les estamos agradecidos

no sufrieron un asedio largo como una eternidad

a quienes alcanzó la desdicha están siempre solos

los defensores del Dalai-Lama kurdos montañeses afganos

ahora cuando escribo estas palabras los partidarios del pacto

conquistaron cierta ventaja sobre la fracción de los intransigentes

habituales las oscilaciones de ánimo los destinos aún se sopesan

los cementerios crecen disminuye el número de los defensores

pero la defensa perdura y perdurará hasta el final

y si cae la Ciudad y uno solo sobrevive

él portará consigo la Ciudad por los caminos del exilio

él será la Ciudad

miramos en el rostro del hambre el rostro del fuego el rostro de la muerte

y el peor de todos -el rostro de la traición

y sólo nuestro sueños no fueron humillados