lunes, 28 de septiembre de 2009

La Zona de opinión. Esta vez con un artículo de Osvaldo Ferrari Díez.

La Pelota de los Cubanos

♫…el Caballero siempre dice así,

que sin azúcar no hay país…♪

Barbarito Diez

Se acabó el Caballero, se acabó el azúcar, y observo consternado como en cada ocasión que el Equipo Cuba pierde un campeonato de Base Ball parece que también el país se acaba. Así de importante es este pasatiempo para los cubanos, que en vez de nacer con el proverbial pan debajo del brazo, venimos al mundo con un bate.

Hoy concluyó la Copa Mundial 2009, y el equipo de Cuba, a pesar de una extensa, minuciosa y agotadora (para los televidentes) preparación, volvió a perder la medalla de oro, ahora en un certamen de cuarta o quinta categoría que nada tuvo que ver con el Clásico Mundial. Jóvenes peloteros de Doble y Triple A, e incluso de menor denominación, se midieron las caras con los experimentados criollos que, aunque perdieron sólo tres juegos, se vieron con marcadores muy apretados ante equipos sin tradición, que carecen de las instalaciones más adecuadas y que no cuentan con el apoyo de un público que poco o nada entiende de este deporte.

Yo nací en la tierra de Martín Dihigo, Adolfo Luque, Camilo Pascual, Orestes Miñoso, Alejandro Crespo, Edmundo Amorós, Willy Miranda, Pedro Chávez, Orestes Kindelán, Orlando “Duque” Hernández, Agustín Marquetti, José Canseco, Changa Mederos, Manuel Hurtado, Braudilio Vinent, José Antonio Huelga y una lista interminable de estrellas que, engalanados o no en algún momento de sus carreras deportivas con las ropas del Equipo Cuba, pusieron muy alto el nombre de su patria, ya que, al margen de la nacionalidad del césped que pisaban, son cubanos iguales que yo, que respiraron el mismo aire, sudaron bajo el mismo sol, hablaron o hablan el mismo idioma de los aseres y los moninas, pero que a diferencia de mi, se ganaron un lugar en el mundo, y eso tengo que respetarlo… y hasta llorarlo, porque estoy asistiendo conmovido a la muerte, todavía no inexorable, de nuestra entrañable pelota: un italiano sentiría mucho menos la desaparición de los spaghetti.

Decimos, medio en broma, medio en serio, que todos los cubanos nos creemos managers y yo lo tomaré todo en serio y compartiré las reflexiones siguientes con quienes deseen hacerlo. Ojalá que sean muchos…

Primera: En Cuba se terminó la Serie Nacional. Quizá el término sea un poco duro, lo podríamos reemplazar por disolvió. Su alargamiento a un desmesurado número de equipos conllevó a la pérdida de calidad. ¿Cuántas veces al año un pelotero enfrenta pitchers de primera categoría? ¿En cuántas ocasiones un pitcher debe lanzarle a un bateador fuerte?

Los estadios están vacíos, la gente casi no habla de pelota en las calles, y cuando lo hace es para quejarse de lo lentos, aburridos e interminables que resultan esos juegos con marcadores desproporcionados que más parecen propios de juegos de Basket Ball.

Pareciera que casi ninguno juega para su equipo, que sólo tratan de brillar individualmente, o con el objetivo de ganar una plaza para el próximo vuelo, sin contar a aquellos que no tienen siquiera esa ilusión, ya que juegan en posiciones ocupadas a priori por los “sembrados”, o sea, aquellas luminarias que hagan lo que hagan durante el año tienen asegurada su plaza por decreto.

Hay tal vez otras razones más oscuras, que escapan a mi escaso nivel de información, que explicarían por qué a figuras que durante varias temporadas se desempeñan de una manera excelente nunca las escogen para integrar la selección: esto último ya cae en el plano del misterio.

Segunda: ¿Quién dirige los equipos de Cuba? ¿Quién designa a los directores? ¿Quién (o quiénes) los somete a las fuertes tensiones que se observan en sus rostros durante los juegos en el extranjero? ¿Por qué no se permite que un director que alcance un meritorio segundo lugar en unas Olimpíadas vuelva a actuar? ¿Por qué en algunos momentos nos parece percibir que individuos ajenos al cuerpo de dirección estén tomando las decisiones?

Tercera: La emigración de peloteros ha alcanzado ribetes dramáticos. Algunos equipos, sobre todos los de la capital, se han visito prácticamente diezmados por las llamadas “deserciones” de jóvenes que, sintiéndose fuertes y capaces de brillar en las ligas profesionales, aprovechan la más mínima posibilidad para escapar y, de esa manera, labrarse un mejor futuro para ellos y su familia, desplegando algo que nadie ni nada puede otorgar: el talento.

Con frecuencia se les acusa de traición, como si de militares en medio de una batalla se tratara, ya que los que así se expresan se basan en que si fueron entrenados gratuitamente en el país, pues a él se deben. Y yo me pregunto, ¿en qué otro lugar hubieran podido entrenar? ¿y por el hecho de que alguien me entrene de forma gratuita estoy obligado a servirle de por vida por un salario paupérrimo y un esporádico y poco probable viaje al extranjero?

Cuarta: El periodismo deportivo en Cuba tampoco ayuda al desarrollo de los atletas. Los narradores y comentaristas de lo más que se ocupan es de contabilizar medallas y de encontrar justificaciones al mal desempeño de los deportistas. En algunos deportes, los árbitros y jueces, de común “pagados por esotéricas potencias que sólo desean el mal para Cuba”, son los únicos responsabilizados por los malos resultados.

Los equipos de Cuba son siempre los mejores: se pierde porque no se batea, se corre, se bloquea, o se acepta el combate del contrario en la corta distancia, pero nunca porque el contrincante es el mejor. Jamás gana el equipo de enfrente, sino es el cubano el que pierde, y entonces como alguien ha de ser el culpable, se la emprende contra el director, se le estigmatiza primero, para por último evaporarlo, y nunca más se habla de él.

El periodismo deportivo cubano llega al infamante límite de cortar la transmisión cuando el equipo cubano pierde, y no presentar la ceremonia de premiación. Ejemplos de este proceder se observaron, que guarde yo memoria, en las Olimpíadas de Sydney y en esta última Copa, despojando de esta manera a los deportistas cubanos de ser recordados por sus familiares y compatriotas en el instante de recibir una honrosa medalla de plata que, dicho sea de paso, ninguno de los críticos ha ganado nunca.

Conclusiones:

Cuba no pertenece a una galaxia diferente que el resto de las naciones. Se debe vivir la época común, y oponerse a ello es sólo una muestra más del inmovilismo que estanca tantas aristas de nuestra sociedad.

Cuba debe abrirse al mundo en el deporte, y esta apertura sólo tiene un nombre: aceptar el profesionalismo. A algunos no les gusta, pero así es el mundo que compartimos: azul, redondo, dando vueltas… y profesional. Negarlo es negar el desarrollo, y es negar a los cubanos el disfrute de un buen Base Ball.

Se argumenta que los atletas profesionales son “esclavos”, pero ¿qué mayor esclavitud que aquella que no permite siquiera decidir entre ser libre o esclavo por propia voluntad? A los atletas profesionales les queda siempre la posibilidad de no aceptar los términos de un contrato. Los aficionados no pueden no aceptar, ya que, simplemente, no tienen contratos.

Todos los estados, aun los regímenes socialistas como China, Vietnam y Corea del Norte, han adoptado el deporte profesional y les ha dado excelentes resultados: en primer lugar, se eliminaron los “traidores”, en segundo lugar, el país puede de esa forma utilizar al ciento por ciento de sus talentos, ya que ninguno de los jugadores pierde el derecho de representar a su patria por desempeñarse en un club profesional de otra nación.

¿Liga profesional en Cuba? ¿Jugadores cubanos militando en Grandes Ligas y que representen dignamente a su patria en las justas internacionales? Me cuesta creerlo, pero… ¡cómo lo disfrutaríamos!

Osvaldo Ferrari Díez

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